La oración es acompañar a un Dios que se hace vulnerable y que toma sobre sí mi pecado. Es mirar cómo me ama, cómo sufre, cómo es herido y cómo en silencio sube hasta la cruz por mí. Es hacer silencio para escuchar ese corazón herido, entrar en Él y para nunca más volver a salir. Es seguir viendo el rostro de Dios en un Cristo que se deja deformar por el odio cruel, y así formar en mí el cielo de la redención.
Contemplar las heridas de Cristo y mi respuesta
Aquella primera herida de tu Corazón en Getsemaní: aquella soledad que te llenó de pavor y llevó tu alma hasta una tristeza de muerte. Tus amigos te traicionaban, te entregaban y te dejaban solo: «Padre mío, si es posible, que pase lejos de mí este cáliz, pero no se haga mi voluntad, sino la tuya» (Lc 22, 42).
No te abandonaré, te haré compañía, secaré tus lágrimas, consolaré tu corazón con mi fidelidad y mi presencia. Escucharé tu diálogo al Padre y lo haré mío. Abrazaré mi cáliz cada día, aprenderé de Ti y buscaré sólo consolar tu corazón. Mi beso no será como el de Judas, sino el del amigo fiel que se hace presente.
Aquí estoy, déjame sanar tu corazón Jesús.
¿Cómo quito de tu rostro los salivazos, de tu espalda las llagas y la sangre que corre tras los terribles latigazos?
Me presentaré ante Ti cada día, limpiaré tu rostro con mi amor delicado, constante, sencillo y tierno. Cubriré tu espalda del bálsamo de mi fe, esperanza y caridad.
Aquí estoy, déjame sanar tus llagas.
¿Cómo te quito la corona de espinas que penetró tu cabeza sagrada?
Miraré tu santa frente, las espinas crueles clavadas en ti. Pensaré en mis pecados y seré fiel para que nunca más se claven en tu santa cabeza. Quitaré tu corona alejando de mí las envidias, malos pensamientos, orgullo, odio, rencor.
Aquí estoy, déjame sanar tu santa cabeza.
¿Cómo alivio las heridas de tus manos traspasadas por los clavos, de tus pies fijados al madero?
Pondré mis manos en las tuyas, mis dedos entre los tuyos y no me separaré de tu divina voluntad. Entrelazaré mis dedos entre los tuyos para que dirijas mi vida y no se separe de Ti. Fijaré mis pies junto a los tuyos, dejaré libertades para fijarlos en Ti. Caminaré por donde Tú camines, subiré tus montañas, viajaré tus mares, junto a Ti.
Aquí estoy, déjame aliviar las heridas de tus pies y manos.
¿Cómo consuelo la herida del costado abierto por la lanza?
Consolaré su costado escondiéndome en él para siempre. Haré silencio en mi corazón para escuchar sólo sus latidos, así mi corazón latirá al unísono. Seremos un corazón, un mismo sentir, un mismo querer.
Dejaré que mi corazón también quede abierto, para que Él pueda entrar. Su Eucaristía será mi consuelo, el signo de nuestro amor sellado hoy en la cruz.
Llevaré almas a su corazón y su corazón a las almas. Hablaré sólo de amor y por el amor. Experimentaré su infinita misericordia y abriré siempre mi miseria a su infinito amor. Le pediré perdón y escucharé su perdón. Dejaré que Él me robe mi corazón y también robaré el suyo como el buen ladrón.
Aquí estoy, déjame habitar siempre en tu corazón.
Para la oración
- Seguir repasando la Pasión, cada detalle de amor de Cristo y convertirlo en un diálogo y en un compromiso.
- Contemplar sus heridas y mis heridas. Decirle: “todo lo mío es tuyo y todo lo tuyo es mío” (Jn 17,10).
- Diálogo: “Perdóname Señor por tantas heridas. Déjame curarlas con mi fidelidad, mi ternura, mi delicadeza en el amor. Aquí estoy, yo te he herido y yo quiero sanar tus heridas”.
© P. Guillermo Serra, L.C
Sal de tu Cielo, camino hacia la intimidad con Dios