Todavía tengo vivo el recuerdo de una anciana que visité en un pueblito de Querétaro, México, durante las misiones de Semana Santa hace tres años. Era Sábado Santo y yo visitaba enfermos, llevándoles consuelo, una palabra de aliento, así como la posibilidad de encontrarse con el Señor en los sacramentos.
Pero mi sorpresa fue grande cuando entré en la casa de Mariluz, una viejita de 86 años. Me recibió con una gran sonrisa, sencilla, alegre. Nos sentamos y me comenzó a agradecer por mi visita. De repente me encontré escuchando su experiencia de Dios, su cercanía con Jesús y María… Su vida de fe, esperanza y caridad me cautivaron.
Y así, pasó el tiempo y yo, que pensaba evangelizar, salí evangelizado.
Le pedí permiso para tomarme una fotografía con ella. Me dijo que sí, en medio de una gran curiosidad pues nunca antes había visto una cámara. Así, entre risas, nos tomamos varias fotos y me despedí. Desde la calle, me giré para verla. Ella con su rostro algo triste me decía adiós.
He pensado varias veces en esta experiencia. Ver ese rostro asomarse por la ventana me trajo a la mente una imagen de lo que debe ser nuestra vida de oración, nuestra relación con Dios.
De esta contemplación en oración he sacado siete lecciones para nuestra vida de oración. Las comparto con ustedes esperando que les sean de ayuda.
La oración es salir de “mi casa”
Es sentirse atrapado en mis seguridades, en mi mundo interior que necesita de un sentido que sólo puedo encontrar fuera. Cito aquí el famoso poema de Lope de Vega: “¡Cuántas veces el ángel me decía: Alma, asómate ahora a la ventana, verás con cuánto amor llamar porfía!”.
Es mirar afuera, hacia Dios:
Una realidad que me da color, me señala a mi verdadera patria, el cielo. Asomarse a la ventana de la oración es descubrir la mano de Dios, los colores de su amor, las formas de su presencia. Maravíllate de ese mirar fuera, hacia Dios, para que puedas mirar adentro de tu alma, en tu interior, mejor y más profundamente.
Es dejar que la brisa del Espíritu Santo nos roce la cara, como una caricia
Exponerse a la acción del Espíritu de amor en la oración es lo más grande que hay. Requiere un paso de generosidad y confianza, pero una vez que sientes la brisa, no hay nada en tu interior que se pueda comparar. Dejar la seguridad de “tu casa” para ser tocado por la suave inseguridad del Espíritu que te hará libre de verdad. La libertad del espíritu te lleva a sus continuas sorpresas. Déjate sorprender por Él en la oración.
Es sonreír, pese a estar cansados
Cómo no llenarnos del gozo de ser amados, buscados, y queridos por Dios. Él nos espera, basta que con nuestra libertad abramos esa ventana para que Él nos llene de su amor y el gozo que experimentamos en la oración nos dibuja una sonrisa que nada ni nadie nos puede borrar. Es la sonrisa de un hijo confiado que se descubre amado por su Padre y regalado con tantas gracias que nos transforman y nos dan infinitos motivos para vivir y ser agradecidos para con Él.
Es refrescarse para volver a casa
Ese contacto con Dios en la oración nos renueva, nos fortalece y nos motiva para volver a nuestro mundo, a “nuestra casa” y vivir con un espíritu nuevo nuestra vida ordinaria, nuestra vida familiar, afrontando así los retos de este caminar como peregrinos en la tierra hacia el cielo.
Es ver a “mis almas” y pedir por ellas
La oración es comunión con Dios y también con las almas que Dios ha puesto en mi corazón. Hablar de mi vida es hablar de mi prójimo, pedir por él, interceder y dar gracias. Presenta a Dios en cada oración a las personas que amas, pero también las que te han herido, incluso tus enemigos. En tu corazón hay amores, pero también rencores. Todo tu corazón debe ser para Dios y desde Dios para los demás.
Es querer ser visto por Dios, más que ser visto por el mundo:
Por último, ese asomarse a la ventana de la oración es exponerse a Dios en profunda intimidad. No es una oración “a la fariseo” para que me vean. Es recogerse para presentarse a Dios con sinceridad, dejando que Él me vea, me ame, me enseñe el camino para imitarlo más, para olvidarme más de mí mismo y así poderme lanzar cada día a la aventura de la santidad.
Padre su bendición: me conmovió muchísimo este artículo, hermoso, un gran aprendizaje para mi vida. Muchas gracias y Bendiciones.
Gracias Yolanda. Dios te bendiga mucho